Leyendas tiene el Valencia varias a lo largo de su historia, pero sin duda, ninguna en la portería como la de Ignacio Eizaguirre, que permanecerá para la eternidad como uno de los más grandes guardametas que ha defendido la puerta valencianista. Es difícil, muy difícil, escribir sin emocionarse sobre uno de los grandes protagonistas de la historia del gran Valencia de los años 40. Campeón de las tres primeras Ligas, de la segunda Copa y de dos trofeos Zamora, Eizaguirre personifica como nadie la grandeza de nuestro club a lo largo de los tiempos.

Nacido en San Sebastián, era hijo del portero Agustín Eizaguirre, portero de la Real Sociedad en las décadas de 1910 y 1920, e integrante de la selección española que obtuvo la Medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Amberes 1920. Sus inicios como futbolista tuvieron lugar en las secciones infantiles y juveniles del Arenas de la Concha, Cuento de Rentería o Lagun Artea. En 1936 llega a la Real Sociedad de su ciudad natal, pero al poco tiempo la Guerra Civil paralizó las competiciones deportivas hasta 1939. Fue tras el conflicto bélico, en la temporada 1939-1940, cuando debuta en Segunda División con el conjunto Txuri Urdin.

Su llegada al Valencia no estuvo exenta de conflictos. El padre del jugador había dado su palabra a Luis Colina para fichar por el Valencia en la temporada 1940-1941, pero Eizaguirre fue declarado en rebeldía por la Real Sociedad, por lo que pasó un año en blanco sin poder jugar. La temporada siguiente, debutó con el Valencia el 21 de diciembre de 1941, en la 13ª jornada, en una tarde nefasta contra el Real Madrid en Chamartín, en la que el Valencia encajó cinco goles. Ramón Encinas decidió entonces devolverle a Pío la titularidad, hasta que el 25 de enero de 1942, en San Mamés, un cólico del portero valenciano dio a Eizaguirre una nueva oportunidad que no desaprovechó. Nacía, en aquel momento, un nuevo mito para la historia del Valencia CF.

Eizaguirre era el portero perfecto. Tenía la estatura, la fuerza, la decisión y los reflejos perfectos. Sus intervenciones eran siempre espectaculares, pero, sobre todo, eficaces. En sus mejores momentos infundía temor en las delanteras rivales, por encima incluso de la línea defensiva. Eizaguirre era, además, un hombre excepcionalmente mediático para la época, y se convirtió en un innovador en cuanto a indumentaria deportiva para los porteros. También quedaron para la posteridad sus poses dinámicas para los fotógrafos. Se mire por donde se mire, Eizaguirre supuso un antes y un después en la historia del club valenciano. Una trayectoria que se extendió nueve temporadas, y que culminaron con una emotiva carta abierta de despedida a la afición.

Marchó del Valencia a los 30 años para volver a su tierra y jugar de nuevo con la Real Sociedad, y todavía le quedarían fuerzas para prolongar su histórica trayectoria durante otras diez temporadas más en Primera División al máximo nivel, seis en la Real y cuatro en Osasuna, totalizando 381 partidos en Primera División. A nivel internacional, Eizaguirre jugó un total de 18 partidos con la Selección Española, encajando 31 goles. Su debut se produjo el 11 de marzo de 1945 ante Portugal en Lisboa. Además, participó en dos encuentros del mundial de Brasil de 1950, el primero y el último, en el que España logró finalizar en cuarta posición.

En 1957, volvió a vestirse la camiseta valencianista en un partido amistoso contra el Wolverhampton, y tuvo su partido de homenaje en Mestalla el 27 de mayo de 1959, en un partido amistoso contra el Nottingham Forest, en el que se despidió de su vida activa como jugador. En 1969, cerca ya de los 50, volvió a Mestalla para el partido de veteranos en las Bodas de Oro del club. Muchos fueron los homenajes que el club y la afición tributaron a Eizaguirre durante las décadas siguientes, y varias son las generaciones que guardaron y guardarán por siempre con cariño el recuerdo de este inigualable jugador.

Ignacio Eizaguirre Arregui falleció el 1 de septiembre de 2013 a los 92 años de edad.