Valentín Reig nació a principios del siglo XX en el barrio valenciano de Ruzafa que, por aquel entonces, acababa de anexionarse a la ciudad de Valencia y estaba rodeado de huertas en las que los niños practicaban el nuevo deporte del balompié. Conocido ya desde pequeño como «Picolín», llegó al Valencia en la edad de infantil, progresando por las categorías inferiores hasta llegar al primer equipo en junio de 1926. Debutó en competición oficial de la mano de Anton Fibver en el Campeonato Regional del 27, el 5 de diciembre de 1926 en el partido de la sexta jornada disputado en el campo de Quatre Camins contra el Juvenal. Tras una primera campaña de adaptación, se asentó como sucesor de Eduardo Cubells en el puesto de interior derecho, quedándose con la titularidad durante siete temporadas más.

Según narran las crónicas de la época, Picolín era un jugador singular. De talla atlética aunque de corta estatura para el puesto, lucía siempre un peinado impecable durante los encuentros, algo que no estaba reñido con su dedicación, ya que a garra y pundonor apenas le ganaba nadie en la plantilla. Se trataba de un futbolista de genio y raza, capaz de fallar a propósito penalties que consideraba injustos o de organizar trifulcas sobre el terreno que le habrían costado tarjetas amarillas y rojas de haberse inventado. Aprendió con rapidez el oficio de su predecesor, manteniendo una importante eficiencia anotadora durante toda su estancia, llegando a convertirse en uno de los jugadores mejor pagados de la plantilla. Su importancia e influencia en el vestuario era tal que la prensa le llegó a bautizar como «Maese Pedro».

Picolín marcó 131 goles en 221 partidos según nuestros registros, aunque su capacidad para asistir no era menor que su capacidad de anotar. Tuvo días inspirados, como el hat-trick que le hizo al Racing de Santander en la Liga de 1933 o la memorable actuación en Chamartín en la Copa de 1928, en un partido en el que volvió loca a la defensa blanca y que fue muy destacado por la prensa de la corte. En su momento de máximo esplendor, era capaz de mover a toda la línea delantera con una facilidad sorprendente. Con el paso del tiempo, fue perdiendo facultades, pero lo suplía con inteligencia para posicionarse y con una entrega que apenas le dejaba una gota de sudor en el cuerpo al finalizar los partidos. Firmó la baja en 1934 y se marchó al Gimnástico, con el que volvería a jugar y a marcar en Mestalla en los partidos de Regional y Copa de 1935.

Ya retirado, se convirtió en el primer entrenador del Mestalla tras su fundación, consiguiendo ascender al equipo de forma meteórica y convirtiéndose en el mentor de grandes jugadores de los años cincuenta como Antonio Puchades y Antonio Fuertes. Finalizada su etapa, le cedió el testigo a Carlos Iturraspe, y pasó por Salamanca, Melilla, Castellón y Levante antes de regresar al Mestalla, donde finalizó su carrera como técnico. Picolín falleció el 25 de junio de 1979, a los 72 años de edad.