Ficha de partido
Valencia CF
0 - 0
Real Zaragoza
Equipos titulares
Sustituciones
Timeline del partido
Inicio del partido
0'
Bernardo Corradi
40'
Luis García
40'
Descanso
45'
Miguel Ángel MistaMarco Di Vaio
45'
Curro Torres
59'
Movilla
74'
Amedeo CarboniEmiliano Moretti
80'
Rubén Baraja
80'
OscarGalleti
82'
Ponzio
82'
GenereloMovilla
89'
CuarteroPonzio
92'
Miguel Ángel Mista
92'
Final del partido
93'
Estadio
Rival: Real Zaragoza
Records vs Real Zaragoza
Máximo goleador: Manuel Badenes (9 goles)
Goleador rival: Duca (6 goles)
Más partidos: Fernando Gómez (25 partidos)
Mayor victoria: 7 - 0 (14.02.1943)
Mayor derrota: 1 - 6 (19.04.1959)
Más repetido: 1-0 (13 veces)
Crónica
Normalmente, jugando 30 minutos no se bate a un equipo profesional. Ayer, lo mejor que ofreció el Valencia CF fueron dos rafagas de buen juego y presión, pero insuficientes para vencer la resistencia de un rival que sabía que la tensión iba con el equipo de casa. Ayer se sumó una nueva decepción, porque, a estas alturas, no basta con pensar que el equipo ofreció buenas sensaciones en algunos aspectos del juego.
Porque, al final, el resultado vuelve a ser malo. Y ya son diez sin ganar, dentro del habitual goteo de zozobra que sacude desde hace demasiadas semanas. Si el equipo pretendía enmendar errores y ofrecer otra cara («partimos de cero» decía Ranieri), eso no se vio por ninguna parte. Más allá del empuje, primitivo recurso, no exhibió nada nuevo. Ni siquiera para evitar caer 14 veces 14 en el fuera de juego. Ni un sólo detalle que no obligue a recurrir al «Vicente, vuelve ya», «Ayala, vuelve ya» o similar.
En el fútbol se vive de sensaciones y muchas veces, aunque frágiles, alimentan más que jugadas ensayadas, entrenamientos, ausencias o relaciones en el vestuario. Y las sensaciones cambiaron en la primera parte a raíz de un voleón de Sissoko. Fíjense la simpleza. Empezaba a cundir el desánimo en un momento, en el minuto 33, con el Zaragoza jugando a placer, ralentizaba el juego aprovechando la ausencia de la otras veces proverbial presión valencianista. Era un momento peligroso y ahí surgió la hiper musculada pierna del de Mali. A partir de ahí, el equipo mejoró muchísimo y llegó incluso a ilusionar y a rescatar precisamente esas sensaciones. Hasta ese momento, el equipo había calcado sus miedos de las últimas semanas y, aún cargados de voluntad, no conseguían hacerse con el mando del partido. La presión zaragocista era mayor y mejor que la propia y el partido se estaba perdiendo en el pantano. Muchos fueras de juego, pases marrados, pérdidas de balón... motivos para desesperación de una grada que no flaqueaba. Los últimos diez minutos, sin embargo, fueron brillantes. Lo que demuestra que a un equipo, si está bien o si se ve bien, le importa menos las sorpresas tácticas o las ausencias de titulares. El Zaragoza se asustó de verdad y suspiró de alivio cuando se llegó al minuto 46.
Había muchas dudas de cara a la segunda parte, porque el descanso podía cortar el buen rollito con el que había acabado la primera mitad. Y había muchas dudas. Por ejemplo, si a Aimar le quedaría gasolina para seguir trazando buenas acciones como las que había diseñado en algunos momentos de la primera parte. Que acabaría teniendo, por cierto. La segunda parte empezó... como para no volverse loco con el árbitro. Un fuera de juego que no es evita un seguro gol del Valencia y una falta que no lo parece casi provoca el primero del Zaragoza. Esto no tiene nada que ver con sensaciones, pero sí que provoca la del miedo. Porque el rival rehizo su contención, la alejó del área y empezó nuevamente a salir con peligro.
Los minutos pasaban y empezaban a llegar las sensaciones de prisa. Y estas se acentúan cuando, por si fuera poco, el equipo cae reiteradamente en el fuera de juego. A cada minuto que pasara, el pase iba a ser más impreciso. Para entonces, y faltaban todavía 25 minutos, el partido se había desquiciado. Pero ya había un enemigo común: los de negro. La señalización repetida de fueras de juego espoleó a la grada. ¿Vendría bien la bronca para dar una nueva dimensión al partido?. ¿Sería para bien?. Para ganar no basta con los que no juegan canten el «a por ellos, oe». Y la verdad es que vino bien. El equipo vlvió a subir sus revoluciones y reapareció Luis García en el escenario.
Si se dice que «el partido está abierto»... mala cosa. Sobre todo para el equipo local. Y no digamos si no va ganando. Y no digamos si el equipo es un Valencia demasiado acostumbrado a disgustos. Suerte que el Zaragoza, parco entre los parcos, se conformó con el empate. La de ayer fue una noche más de estrellarse contra el muro.
Porque, al final, el resultado vuelve a ser malo. Y ya son diez sin ganar, dentro del habitual goteo de zozobra que sacude desde hace demasiadas semanas. Si el equipo pretendía enmendar errores y ofrecer otra cara («partimos de cero» decía Ranieri), eso no se vio por ninguna parte. Más allá del empuje, primitivo recurso, no exhibió nada nuevo. Ni siquiera para evitar caer 14 veces 14 en el fuera de juego. Ni un sólo detalle que no obligue a recurrir al «Vicente, vuelve ya», «Ayala, vuelve ya» o similar.
En el fútbol se vive de sensaciones y muchas veces, aunque frágiles, alimentan más que jugadas ensayadas, entrenamientos, ausencias o relaciones en el vestuario. Y las sensaciones cambiaron en la primera parte a raíz de un voleón de Sissoko. Fíjense la simpleza. Empezaba a cundir el desánimo en un momento, en el minuto 33, con el Zaragoza jugando a placer, ralentizaba el juego aprovechando la ausencia de la otras veces proverbial presión valencianista. Era un momento peligroso y ahí surgió la hiper musculada pierna del de Mali. A partir de ahí, el equipo mejoró muchísimo y llegó incluso a ilusionar y a rescatar precisamente esas sensaciones. Hasta ese momento, el equipo había calcado sus miedos de las últimas semanas y, aún cargados de voluntad, no conseguían hacerse con el mando del partido. La presión zaragocista era mayor y mejor que la propia y el partido se estaba perdiendo en el pantano. Muchos fueras de juego, pases marrados, pérdidas de balón... motivos para desesperación de una grada que no flaqueaba. Los últimos diez minutos, sin embargo, fueron brillantes. Lo que demuestra que a un equipo, si está bien o si se ve bien, le importa menos las sorpresas tácticas o las ausencias de titulares. El Zaragoza se asustó de verdad y suspiró de alivio cuando se llegó al minuto 46.
Había muchas dudas de cara a la segunda parte, porque el descanso podía cortar el buen rollito con el que había acabado la primera mitad. Y había muchas dudas. Por ejemplo, si a Aimar le quedaría gasolina para seguir trazando buenas acciones como las que había diseñado en algunos momentos de la primera parte. Que acabaría teniendo, por cierto. La segunda parte empezó... como para no volverse loco con el árbitro. Un fuera de juego que no es evita un seguro gol del Valencia y una falta que no lo parece casi provoca el primero del Zaragoza. Esto no tiene nada que ver con sensaciones, pero sí que provoca la del miedo. Porque el rival rehizo su contención, la alejó del área y empezó nuevamente a salir con peligro.
Los minutos pasaban y empezaban a llegar las sensaciones de prisa. Y estas se acentúan cuando, por si fuera poco, el equipo cae reiteradamente en el fuera de juego. A cada minuto que pasara, el pase iba a ser más impreciso. Para entonces, y faltaban todavía 25 minutos, el partido se había desquiciado. Pero ya había un enemigo común: los de negro. La señalización repetida de fueras de juego espoleó a la grada. ¿Vendría bien la bronca para dar una nueva dimensión al partido?. ¿Sería para bien?. Para ganar no basta con los que no juegan canten el «a por ellos, oe». Y la verdad es que vino bien. El equipo vlvió a subir sus revoluciones y reapareció Luis García en el escenario.
Si se dice que «el partido está abierto»... mala cosa. Sobre todo para el equipo local. Y no digamos si no va ganando. Y no digamos si el equipo es un Valencia demasiado acostumbrado a disgustos. Suerte que el Zaragoza, parco entre los parcos, se conformó con el empate. La de ayer fue una noche más de estrellarse contra el muro.