Ficha de partido
Athletic Club
0 - 1
Valencia CF
Equipos titulares
Timeline del partido
Inicio del partido
0'
Descanso
45'
Epi Fernández
71'
Final del partido
90'
Estadio
Rival: Athletic Club
Records vs Athletic Club
Máximo goleador: Mundo Suárez (19 goles)
Goleador rival: Zarra (20 goles)
Más partidos: Vicente Asensi (30 partidos)
Mayor victoria: 5 - 0 (03.04.1949)
Mayor derrota: 0 - 7 (10.10.1954)
Más repetido: 1-1 (23 veces)
Crónica
El torneo para la Copa del Generalísimo se ha liquidado en Chamartin probablemente con la mejor jornada deportiva y espectacular del campeonato de la emoción. Rara vez se habrán conseguido señalar dos equipos con tan acabados méritos futbolísticos, y una decisión tan perfecta y tan limpia, esmaltado, sin embargo, el discurso de la decisiva polémica por tan vivos resortes de entusiasmo en los actores y deportividad en los espectadores.
Al concluir el encuentro, segundos después de aquella vibrante jugada en que los bilbaínos estuvieron a punto de alcanzar el empate y los valencianos salvaron heroicamente el escollo, cuando el Caudillo entregó la Copa al capitán del conjunto vencedor, felicitado allí mismo por el capitán del equipo vencido, el estadio, absolutamente repleto, se conmovió de entusiasmo y estalló en un homenaje enardecido y justo, que todavía los miles de partidarios del Valencia se encargaron de hacer más estentóreo con el estampido de sus tracas. El partido final de Copa había tenido en su transcurso, y hasta más allá del momento final, un epílogo brillante.
El escenario de Chamartín ha sido de una belleza insuperable. El lleno absoluto y el dia, maravilloso de luz y de temperatura, dieron al cuadro su más bello prestigio. La abundante lluvia de la noche anterior refrescó el ambiente y ablandó la pista hasta ponerla en condiciones excelentes. Luego, el sol lució en todo su esplendor, y la final pudo ofrecer a los setenta mil espectadores, una de las más emocionantes alternativas.
Desdelas primeras horas de la tarde comenzaron a dirigirse los aficionados al campo. Las pintorescas caravanas y los viajeros extraordinarios de Valencia y Bilbao destacaban por la alegría de sus gestos, el tremolar de las banderolas y el entusiasmo contagioso de sus enardecidos gritos. Una hora antes de comenzar el partido, el graderío estaba casi lleno, y seguían llegando miles y miles de espectadores.
Cinco minutos antes de la hora señalada para comenzar el partido salieron al campo los dos equipos finalistas. Juntos los conjuntos, en una fila el Atlético bilbaíno, y en la otra el Valencia, acompañados del arbitro y los jueces de línea, el público, que llenaba totalmente las localidades del enorme recinto, hizo objeto de una larga ovación, a los rivales. Pero instantes después, cuando los muchachos, alineados frente a la tribuna presidencial, seguían recibiendo los aplausos, el Caudillo apareció en el palco, acompañado de su esposa doña Carmen Polo, el ministro de la Gobernación, don Blas Pérez González, el presidente de la Federación Española de Fútbol, Dr. Muñoz Calero, y autoridades, la ovación se transformó en una delirante manifestación de entusiasmo. El Jefe del Estado saludó con emoción al público que le vitoreaba, y tras las voces y los gritos de entusiasmo y el flamear de pañuelos, el juego dio comienzo a las siete menos diez en punto.
Reflejo del primer tiempo
Sería tarea prolija y, además, poco aleccionadora trazar aquí esa película del partido, que no recuerda nada para el que no vio, y que sirve para abrumar al que presenció el espectáculo. De los dos tiempos de este lance, no fue el primero el mejor, pero sí aquel durante el cual el grupo bilbaíno superó muchos ratos al valenciano y pudo haber alcanzado aquella ventaja que le habría dado el título.
El choque entre éstos magníficos finalistas de la Copa se estableció desde el principio en los términos previstos: una delantera rápida, impetuosa, volcánica a veces, si nos atenernos al juego del delaintero centro frente a una defensa dura, fuerte y sobria, donde la seguridad de Asensi se funde con la terquedad y los recursos de Álvaro. Pero este contraste tuvo desde el comienzo un fallo: el juego brillante de Gaínza quedó absorbido y anulado por la regularidad, tosca y magnífica, de Asensi, que una y veinte veces, destruyó los esfuerzos del internacional indiscutible. No tuvo su día Gaínza, porque, moderó sus entusiasmos frente a una reciedumbre hecha, de experiencia, y de calidad de juego, sin atisbos de relumbrón, pero con procedimientos enérgicos y seguros, capaces de jugarse noblemente el todo por el todo en los instantes decisivos. Aquí la partida, fue siempre del valenciano y, por consecuencia, la línea de ataque bilbaína, cojeó con cojera la más grave de todas: faltarle aquella extremidad, de donde siempre vienen los pases y las situaciones más preciosas y mejor preparadas para la resultante final: el gol.
Al comienzo, la ligera ventaja fue favorable al Atlético bilbaíno. Las arrancadas impetuosas de Zarra, bien secundado por Venancio, pusieron al rojo vivo la emoción de los espectadores. Era la clásica fórmula decidida y veloz de los "leones", Pero enfrente, el marcaje de Puchades y Monzó se estableció desde el principio firme y seguro. La retaguardia tenía esa misión, encomendada a Álvaro, de perseguir más que marcar a Zarra. Este, en un derroche de facultades, se movió con una intrepidez y una ligereza dignas de encomio, en buena prueba de la magnífica forma actual. Mas la cerrada línea defensiva valenciana necesitaba de un encaje y de un juego posicíonal entre los delanteros, que éstos no mostraron casi nunca. El Atlético bilbaíno, con el recuerdo de sus recientes y abundantes goleadas, pretendía impresionar por la velocidad a los contrarios, pero el Valencia, sin perder nunca de vista a cada uno de los jugadores rivales, cortaba en flor todo intento de escapada armónica. Se convertían, por lo tanto, los avances bilbaínos en jugadas individuales, que iban a morir en el segundo, si no en el primero, de los valencianos, atentos siempre a su marcaje. A pesar de ello, esa alegría desbordante e impetuosa planteó varias jugadas peligrosas, en las que intervino Eizaguirre sin gran riesgo y con la serenidad peculiar.
Mediado el tiempo, fue el Valencia quien dio la pauta de serenidad y calidad que iba a ser la tónica de los vencedores en este encuentro. Surgiendo el juego de Puchades, gran creador y mejor medio de ataque que de defensa, Epi inició, varias, jugadas cambiando su puesto y cruzando todo el terreno para animar a un ataque en el que Mundo le asistía con más coraje de Igoa, mientras Seguí aperecía desdibujado.
Estas brillantes jugadas del Valencia, llevadas por Epi, Pasieguito y Mundo, fueron el más brillante contraste con el alocado ímpetu de los rojiblancos. Cerca del final del tiempo los norteños se volcaron sobre la puerta valenciana, contra la que Venancio, en dos ocasiones, lanzó soberbios disparos, que Eizaguirre, sobre todo en una ocasión, defendió brillantemente.
Y por su parte, en una última y emocionante arrancada valenciana, el juego alcanzó su tono culminante con un disparo de Mundo, muy angulado, que Lezama, en espectacular intervención, rechazó con ambos puños, salvando un tanto que parecía inevitable. Así terminó una primera parte espectacular y emocionante, con la interrogación siempre del empate a cero en el marcador. Cuando los jugadores marcharon hacia los vestuarios, el publico les hizo objeto de calurosa ovación, que se prolongó seguidamente en honor al Jefe del Estado al retirarse éste momentáneamente del palco, acompañado de su esposa y de las autoridades.
Segundo tiempo y gol del triunfo
Apenas comenzado el segundo tiempo, el Valencia inició ataques, bien llevados desde sus medios volantes a través de los delanteros, con jugadas de buena técnica, a las que Epi y Pasieguito imprimen alegría y acierto. En los primeros instantes, en una de estas angustiosas presiones valencianas, Lezama despejó flojamente, y Pesieguito remató desde cerca, en difícil posición, saliendo la pelota por fuera, rozando el poste. Había sido, hasta el momento, la oportunidad más clara fallida. Pero el Valencia, en vena de aciertos y de superioridad de clase, manda en el campo, maneja brillantemente sus peones, intercambiándolos con esta alegre disposición, que resulta de una gran calidad física, y domina plenamente. Frente a este dominio se alzó una figura, que se agigantó como el mejor de los rojiblancos y el único capaz de contener la avalancha, ahora sabiamente organizada: Bertol, el extraordinario defensa, central, se multiplicó en este plazo y aparecía simpre junto al contrario para arrebatarle la pelota cuando el disparo parecía inevitable. Singularmente, su juego de cabeza fue eficacísimo y llegó a tiempo para salvar múltiples ocasiones de grave peligro.
De vez en tarde, las escapadas del Atlético producían el cambio repentino de decoración, con su secuela de emociones y gritos en los graderios. En uno de ellos, el repliegue rápido del Valencia resultó desesperado, y el remate de cabeza de Zarra choca en el poste cuando Eizaguirre estaba en posición incapaz de salvar el tanto. A poco, otra fulgurante escapada atlética terminó con disparo de Venancio y gran parada de Eizaguirre. Pero estas espectaculares agresiones no cambian el tono del mejor juego valenciano, que en el centro del terreno marcó los arabescos de unas medidas cerebrales, casi diríamos científicas combinaciones, de los que iban a vencer. Efectivamente, tras varias jugadas profundas, una de ellas, terminada por Pasieguito. con un tiro que defendió Lezama sobriamente, a los dieciséis minutos fue Epi el que alcanzó la pelota, y desbordando por el ala derecha a los rivales que salen al paso, llevó a cabo una de esas proyecciones singulares, tan típicas de nuestro fútbol internacional brioso y tan del gusto de nuestro público, coronada por el gol inevitable. Desde que arrancó Epi con la pelota, su esfuerzo vibrante y la decisión heroica no hallaron enfrente el rival capaz de oponerse al asalto. Y la jugada, de una emoción inolvidable, terminó con el disparo flojo, aquí cabe la afirmación de "colocado", yendo el esférico suavemente, lejos del alcance de Lezama, a chocar con la base del poste contrario para desde allí llegar al fondo de la red. El tanto, de una belleza peculiar y profunda, suscitó, una de las más extraordinarias ovaciones que han estallado en Chamartín.
La respuesta fue instantánea y tal vez la oportunidad para una de las más bellas frases del fútbol español. Porque este segundo plazo de la final reciente quedará como uno de los más bellos jugados en los últimos años y, por supuesto, la jornada más emotiva por el choque de dos técnicas tan opuestas, pero tan magníficas. El ímpetu, la reacción de los rojiblancos, no halló barrerá ni obstáculo en esos obstáculos y en esas barreras de juego del Valencia, de juego tan soberbio. Lo que le sucedió, sin embargo, al Atlético en esta ocasión, es que tal fuego puede arder durante poco tiempo. Esos ataques, durante cinco minutos, en tromba, de los bilbaínos, forzaron una serie de situaciones emocionantes y angustiosas, que el Valencia despejó como pudo. Los defensas, ante todo, se batieron, con ruda nobleza, y Eizaguirre, valiente, no nos pareció, sin embargo, tan inspirado y seguro como en él es normal.
Pasado ese plazo, el Valencia volvió por sus fueros y consiguió dominar de nuevo la situación. No tuvo fortuna en la resolución de los ataques, porque Bertol actuó como un verdadero muro donde se estrellaron todos los esfuerzos, y el propio Bertol, al correr de los últimos minutos, inyectó las desesperadas energías a sus compañeros e impulsó todo el Atlético al ataque. Colocado en el centro del campo, multiplicando los alardes, los últimos instantes fueron de tremenda emoción. Tal vez este dominio, con menos nervosidad, hubiera surtido el efecto que buscaban y el empate habría llegado. Las faltas cerca del área valenciana dieron lugar a envíos que produjeron todos confusas situaciones, durante las que se defendió el Valencia con los más heroicos recursos y en los últimos instantes, en un centro de Gainza, Zarra, remató con la cabeza hacia un ángulo de la puerta, coincidiendo con una salida en falso de Eizaguirre. Allí estaba el gol.... que salvó en el último instante la testa de Igoa. No hubo apenas nada más, y ya fue bastante. El arbitro concedió exactamente los segundos de descuento por el tiempo transcurrido durante las caídas de algunos jugadores, y el plazo oficial terminó con la victoria del Valencia por ese único y brillante gol de Epi, que vino a romper la tradición de las finales entre estos equipos y siempre resueltas a favor de los vascos.
Entusiasmo y tracas
Todavía antes de terminar comenzaron a sonar vítores y a rasgar el aire los cohetes. Pero apenas silbó elárbitro el final del partido, por todos los sectores del graderío los valencianos prendieron las ruidosas tracas de alegría para festejar su triunfo. El espectáculo, nuevo en nuestros campos, asombró primero, y regocijó después. Los jugadores valencianos se abrazaron entusiasmados, y el público les tributó una ovación, que probablemente no la habría superado el propio Mestalla. Pero la nota deportiva, cordial y hermosa, fué la felicitación inmediata, con fuerte y apretado abrazo, de Bertol, el capitán del Atlético, a Mundo, el conductor del Valencia. Los dos muchachos, contundidos en un estrecho y cordial abrazo, oyeron los aplausos y el homenaje de las gentes, que contemplaban y comprendían aquel gesto realmente deportivo. Otros jugadores rojiblancos acudieron, asimismo, a estrechar la mano y a felicitar a aquellos rivales, con los que acababan de batirse tan noble como esforzadamente. Y Chamartín retemblaba en su gozo de alegría triunfal y en un vítor de homenaje a vencedores y vencidos.
Entrega de la Copa por el Caudillo
Seguidamente, Mundo trepó, por las tribunas, acompañado de Bertol, hasta llegar, al palco del Jefe del Estado. Los dos jugadores, muy emocionados, recibieron las felicitaciones del Caudillo, que entregó la gran copa a Mundo y otra, más pequeña, a Bertol, mientras la muchedumbre ovacionaba clamorosamente a los futbolistas. Todavía los ecos de los aplausos interminables se prolongaban cuando el Caudillo abandonó el palco de honor.
El triunfo del Valencia ha sido una consecuencia de una táctica preconcebida y desarrollada con lujo de pormenores. Pero lo más digno de resaltar y aquello que nos importa comentar, en elogio del entrenador, es la forma física admirable con que estos jugadores han llegado a la final.
Al concluir el encuentro, segundos después de aquella vibrante jugada en que los bilbaínos estuvieron a punto de alcanzar el empate y los valencianos salvaron heroicamente el escollo, cuando el Caudillo entregó la Copa al capitán del conjunto vencedor, felicitado allí mismo por el capitán del equipo vencido, el estadio, absolutamente repleto, se conmovió de entusiasmo y estalló en un homenaje enardecido y justo, que todavía los miles de partidarios del Valencia se encargaron de hacer más estentóreo con el estampido de sus tracas. El partido final de Copa había tenido en su transcurso, y hasta más allá del momento final, un epílogo brillante.
El escenario de Chamartín ha sido de una belleza insuperable. El lleno absoluto y el dia, maravilloso de luz y de temperatura, dieron al cuadro su más bello prestigio. La abundante lluvia de la noche anterior refrescó el ambiente y ablandó la pista hasta ponerla en condiciones excelentes. Luego, el sol lució en todo su esplendor, y la final pudo ofrecer a los setenta mil espectadores, una de las más emocionantes alternativas.
Desdelas primeras horas de la tarde comenzaron a dirigirse los aficionados al campo. Las pintorescas caravanas y los viajeros extraordinarios de Valencia y Bilbao destacaban por la alegría de sus gestos, el tremolar de las banderolas y el entusiasmo contagioso de sus enardecidos gritos. Una hora antes de comenzar el partido, el graderío estaba casi lleno, y seguían llegando miles y miles de espectadores.
Cinco minutos antes de la hora señalada para comenzar el partido salieron al campo los dos equipos finalistas. Juntos los conjuntos, en una fila el Atlético bilbaíno, y en la otra el Valencia, acompañados del arbitro y los jueces de línea, el público, que llenaba totalmente las localidades del enorme recinto, hizo objeto de una larga ovación, a los rivales. Pero instantes después, cuando los muchachos, alineados frente a la tribuna presidencial, seguían recibiendo los aplausos, el Caudillo apareció en el palco, acompañado de su esposa doña Carmen Polo, el ministro de la Gobernación, don Blas Pérez González, el presidente de la Federación Española de Fútbol, Dr. Muñoz Calero, y autoridades, la ovación se transformó en una delirante manifestación de entusiasmo. El Jefe del Estado saludó con emoción al público que le vitoreaba, y tras las voces y los gritos de entusiasmo y el flamear de pañuelos, el juego dio comienzo a las siete menos diez en punto.
Reflejo del primer tiempo
Sería tarea prolija y, además, poco aleccionadora trazar aquí esa película del partido, que no recuerda nada para el que no vio, y que sirve para abrumar al que presenció el espectáculo. De los dos tiempos de este lance, no fue el primero el mejor, pero sí aquel durante el cual el grupo bilbaíno superó muchos ratos al valenciano y pudo haber alcanzado aquella ventaja que le habría dado el título.
El choque entre éstos magníficos finalistas de la Copa se estableció desde el principio en los términos previstos: una delantera rápida, impetuosa, volcánica a veces, si nos atenernos al juego del delaintero centro frente a una defensa dura, fuerte y sobria, donde la seguridad de Asensi se funde con la terquedad y los recursos de Álvaro. Pero este contraste tuvo desde el comienzo un fallo: el juego brillante de Gaínza quedó absorbido y anulado por la regularidad, tosca y magnífica, de Asensi, que una y veinte veces, destruyó los esfuerzos del internacional indiscutible. No tuvo su día Gaínza, porque, moderó sus entusiasmos frente a una reciedumbre hecha, de experiencia, y de calidad de juego, sin atisbos de relumbrón, pero con procedimientos enérgicos y seguros, capaces de jugarse noblemente el todo por el todo en los instantes decisivos. Aquí la partida, fue siempre del valenciano y, por consecuencia, la línea de ataque bilbaína, cojeó con cojera la más grave de todas: faltarle aquella extremidad, de donde siempre vienen los pases y las situaciones más preciosas y mejor preparadas para la resultante final: el gol.
Al comienzo, la ligera ventaja fue favorable al Atlético bilbaíno. Las arrancadas impetuosas de Zarra, bien secundado por Venancio, pusieron al rojo vivo la emoción de los espectadores. Era la clásica fórmula decidida y veloz de los "leones", Pero enfrente, el marcaje de Puchades y Monzó se estableció desde el principio firme y seguro. La retaguardia tenía esa misión, encomendada a Álvaro, de perseguir más que marcar a Zarra. Este, en un derroche de facultades, se movió con una intrepidez y una ligereza dignas de encomio, en buena prueba de la magnífica forma actual. Mas la cerrada línea defensiva valenciana necesitaba de un encaje y de un juego posicíonal entre los delanteros, que éstos no mostraron casi nunca. El Atlético bilbaíno, con el recuerdo de sus recientes y abundantes goleadas, pretendía impresionar por la velocidad a los contrarios, pero el Valencia, sin perder nunca de vista a cada uno de los jugadores rivales, cortaba en flor todo intento de escapada armónica. Se convertían, por lo tanto, los avances bilbaínos en jugadas individuales, que iban a morir en el segundo, si no en el primero, de los valencianos, atentos siempre a su marcaje. A pesar de ello, esa alegría desbordante e impetuosa planteó varias jugadas peligrosas, en las que intervino Eizaguirre sin gran riesgo y con la serenidad peculiar.
Mediado el tiempo, fue el Valencia quien dio la pauta de serenidad y calidad que iba a ser la tónica de los vencedores en este encuentro. Surgiendo el juego de Puchades, gran creador y mejor medio de ataque que de defensa, Epi inició, varias, jugadas cambiando su puesto y cruzando todo el terreno para animar a un ataque en el que Mundo le asistía con más coraje de Igoa, mientras Seguí aperecía desdibujado.
Estas brillantes jugadas del Valencia, llevadas por Epi, Pasieguito y Mundo, fueron el más brillante contraste con el alocado ímpetu de los rojiblancos. Cerca del final del tiempo los norteños se volcaron sobre la puerta valenciana, contra la que Venancio, en dos ocasiones, lanzó soberbios disparos, que Eizaguirre, sobre todo en una ocasión, defendió brillantemente.
Y por su parte, en una última y emocionante arrancada valenciana, el juego alcanzó su tono culminante con un disparo de Mundo, muy angulado, que Lezama, en espectacular intervención, rechazó con ambos puños, salvando un tanto que parecía inevitable. Así terminó una primera parte espectacular y emocionante, con la interrogación siempre del empate a cero en el marcador. Cuando los jugadores marcharon hacia los vestuarios, el publico les hizo objeto de calurosa ovación, que se prolongó seguidamente en honor al Jefe del Estado al retirarse éste momentáneamente del palco, acompañado de su esposa y de las autoridades.
Segundo tiempo y gol del triunfo
Apenas comenzado el segundo tiempo, el Valencia inició ataques, bien llevados desde sus medios volantes a través de los delanteros, con jugadas de buena técnica, a las que Epi y Pasieguito imprimen alegría y acierto. En los primeros instantes, en una de estas angustiosas presiones valencianas, Lezama despejó flojamente, y Pesieguito remató desde cerca, en difícil posición, saliendo la pelota por fuera, rozando el poste. Había sido, hasta el momento, la oportunidad más clara fallida. Pero el Valencia, en vena de aciertos y de superioridad de clase, manda en el campo, maneja brillantemente sus peones, intercambiándolos con esta alegre disposición, que resulta de una gran calidad física, y domina plenamente. Frente a este dominio se alzó una figura, que se agigantó como el mejor de los rojiblancos y el único capaz de contener la avalancha, ahora sabiamente organizada: Bertol, el extraordinario defensa, central, se multiplicó en este plazo y aparecía simpre junto al contrario para arrebatarle la pelota cuando el disparo parecía inevitable. Singularmente, su juego de cabeza fue eficacísimo y llegó a tiempo para salvar múltiples ocasiones de grave peligro.
De vez en tarde, las escapadas del Atlético producían el cambio repentino de decoración, con su secuela de emociones y gritos en los graderios. En uno de ellos, el repliegue rápido del Valencia resultó desesperado, y el remate de cabeza de Zarra choca en el poste cuando Eizaguirre estaba en posición incapaz de salvar el tanto. A poco, otra fulgurante escapada atlética terminó con disparo de Venancio y gran parada de Eizaguirre. Pero estas espectaculares agresiones no cambian el tono del mejor juego valenciano, que en el centro del terreno marcó los arabescos de unas medidas cerebrales, casi diríamos científicas combinaciones, de los que iban a vencer. Efectivamente, tras varias jugadas profundas, una de ellas, terminada por Pasieguito. con un tiro que defendió Lezama sobriamente, a los dieciséis minutos fue Epi el que alcanzó la pelota, y desbordando por el ala derecha a los rivales que salen al paso, llevó a cabo una de esas proyecciones singulares, tan típicas de nuestro fútbol internacional brioso y tan del gusto de nuestro público, coronada por el gol inevitable. Desde que arrancó Epi con la pelota, su esfuerzo vibrante y la decisión heroica no hallaron enfrente el rival capaz de oponerse al asalto. Y la jugada, de una emoción inolvidable, terminó con el disparo flojo, aquí cabe la afirmación de "colocado", yendo el esférico suavemente, lejos del alcance de Lezama, a chocar con la base del poste contrario para desde allí llegar al fondo de la red. El tanto, de una belleza peculiar y profunda, suscitó, una de las más extraordinarias ovaciones que han estallado en Chamartín.
La respuesta fue instantánea y tal vez la oportunidad para una de las más bellas frases del fútbol español. Porque este segundo plazo de la final reciente quedará como uno de los más bellos jugados en los últimos años y, por supuesto, la jornada más emotiva por el choque de dos técnicas tan opuestas, pero tan magníficas. El ímpetu, la reacción de los rojiblancos, no halló barrerá ni obstáculo en esos obstáculos y en esas barreras de juego del Valencia, de juego tan soberbio. Lo que le sucedió, sin embargo, al Atlético en esta ocasión, es que tal fuego puede arder durante poco tiempo. Esos ataques, durante cinco minutos, en tromba, de los bilbaínos, forzaron una serie de situaciones emocionantes y angustiosas, que el Valencia despejó como pudo. Los defensas, ante todo, se batieron, con ruda nobleza, y Eizaguirre, valiente, no nos pareció, sin embargo, tan inspirado y seguro como en él es normal.
Pasado ese plazo, el Valencia volvió por sus fueros y consiguió dominar de nuevo la situación. No tuvo fortuna en la resolución de los ataques, porque Bertol actuó como un verdadero muro donde se estrellaron todos los esfuerzos, y el propio Bertol, al correr de los últimos minutos, inyectó las desesperadas energías a sus compañeros e impulsó todo el Atlético al ataque. Colocado en el centro del campo, multiplicando los alardes, los últimos instantes fueron de tremenda emoción. Tal vez este dominio, con menos nervosidad, hubiera surtido el efecto que buscaban y el empate habría llegado. Las faltas cerca del área valenciana dieron lugar a envíos que produjeron todos confusas situaciones, durante las que se defendió el Valencia con los más heroicos recursos y en los últimos instantes, en un centro de Gainza, Zarra, remató con la cabeza hacia un ángulo de la puerta, coincidiendo con una salida en falso de Eizaguirre. Allí estaba el gol.... que salvó en el último instante la testa de Igoa. No hubo apenas nada más, y ya fue bastante. El arbitro concedió exactamente los segundos de descuento por el tiempo transcurrido durante las caídas de algunos jugadores, y el plazo oficial terminó con la victoria del Valencia por ese único y brillante gol de Epi, que vino a romper la tradición de las finales entre estos equipos y siempre resueltas a favor de los vascos.
Entusiasmo y tracas
Todavía antes de terminar comenzaron a sonar vítores y a rasgar el aire los cohetes. Pero apenas silbó elárbitro el final del partido, por todos los sectores del graderío los valencianos prendieron las ruidosas tracas de alegría para festejar su triunfo. El espectáculo, nuevo en nuestros campos, asombró primero, y regocijó después. Los jugadores valencianos se abrazaron entusiasmados, y el público les tributó una ovación, que probablemente no la habría superado el propio Mestalla. Pero la nota deportiva, cordial y hermosa, fué la felicitación inmediata, con fuerte y apretado abrazo, de Bertol, el capitán del Atlético, a Mundo, el conductor del Valencia. Los dos muchachos, contundidos en un estrecho y cordial abrazo, oyeron los aplausos y el homenaje de las gentes, que contemplaban y comprendían aquel gesto realmente deportivo. Otros jugadores rojiblancos acudieron, asimismo, a estrechar la mano y a felicitar a aquellos rivales, con los que acababan de batirse tan noble como esforzadamente. Y Chamartín retemblaba en su gozo de alegría triunfal y en un vítor de homenaje a vencedores y vencidos.
Entrega de la Copa por el Caudillo
Seguidamente, Mundo trepó, por las tribunas, acompañado de Bertol, hasta llegar, al palco del Jefe del Estado. Los dos jugadores, muy emocionados, recibieron las felicitaciones del Caudillo, que entregó la gran copa a Mundo y otra, más pequeña, a Bertol, mientras la muchedumbre ovacionaba clamorosamente a los futbolistas. Todavía los ecos de los aplausos interminables se prolongaban cuando el Caudillo abandonó el palco de honor.
El triunfo del Valencia ha sido una consecuencia de una táctica preconcebida y desarrollada con lujo de pormenores. Pero lo más digno de resaltar y aquello que nos importa comentar, en elogio del entrenador, es la forma física admirable con que estos jugadores han llegado a la final.