Ficha de partido
FC Barcelona
1 - 2
Valencia CF
Equipos titulares
Sustituciones
Ninguno
Timeline del partido
Inicio del partido
0'
Antonio Barragán
15'
Rakitic
26'
Piqué
35'
Luis Suárez
40'
Descanso
45'
Santi MinaAsist: Dani Parejo
45'
Dani Parejo
51'
Paco AlcácerSanti Mina
60'
Messi
63'
André Gomes
68'
Joao CanceloEnzo Pérez
74'
Neymar
86'
José Luis GayáRodrigo Moreno
88'
Final del partido
90'
Estadio
Rival: FC Barcelona
Records vs FC Barcelona
Máximo goleador: Mundo Suárez (18 goles)
Goleador rival: Messi (31 goles)
Más partidos: Juan Ramón Santiago (36 partidos)
Mayor victoria: 4 - 0 (18.04.1979)
Mayor derrota: 0 - 7 (03.02.2016)
Más repetido: 1-1 (36 veces)
Crónica
La vida brinda la oportunidad de ajustar cuentas. El Valencia lo hizo ayer en el Camp Nou. Un triunfo para convertir en mal recuerdo la humillación de la Copa. Aquel 7-0 tuvo segunda vuelta. Con la venganza añadida de transformar la Liga en un ovillo. La victoria sirvió en bandeja la permanencia, apuntaló un proyecto de futuro y abrió la puerta de la continuidad a Pako Ayestarán. El vasco gana el crédito que se le discute en corrillos. Un tipo sobrio y serio. Sin posturitas. El Valencia sufrió. En el Camp Nou no se puede ganar de otra manera. Y lo primero que hizo por aquello del mal fario es empezar a portería cambiada respecto a la Copa. Los tres puntos de ayer son los de la reconciliación. Con la vida misma. Nos es tiempo de hurgar en tiempos pasados sino de disfrutar del presente. Hay futuro si el sentido común es patrón en la rutina.
El fútbol es libre. El Valencia pudo cruzar el cuarto de hora del partido desahuciado. Como el día de la eliminatoria de Copa. La diferencia fue Diego Alves y el desacierto. En ese orden. El portero estuvo memorable. Del resto se encargó la falta de puntería azulgrana. El encuentro fue un sinvivir en los primeros minutos. Tiempo de ajustes. Ayestarán hacinó el centro del campo. Con una línea de tres con Parejo como eje y Enzo y Fuego para mantener el equilibrio. Rodrigo, muy junto, ayudó por la derecha, mientras André y Mina intercambiaron posiciones a demanda. El paso de los minutos acorazó esa apuesta. El Barcelona no mató. Y llegó un momento en el que se asustó. Rodrigo tuvo la de todos los días. Un soplo ante el vendaval azulgrana. La tiró fuera. Desde la frontal. Lo que no fue gol significó el primer paso de la fe. El Valencia no se presentó en el Camp Nou ni para sobrevivir ni para alargar agonías. Lo hizo para ganar, aunque no lo pareciera. Con empate, Suárez la tuvo a un palmo de la portería. La tiró fuera. Después, una combinación Bravo-Neymar-Messi transformó a Alves en un titán. El Barcelona sucumbió a su superioridad. Parece una incongruencia pero fue la mayor verdad. Jugó en su contra. Alves se encargó del resto. El Valencia comenzó a cerrar las espaldas de las bandas y a partir de ahí empezó a crecer.
La presión arriba del conjunto de Ayestarán incordiaba al Barcelona. Los de Luis Enrique no están cómodos con tipos pegajosos. El Atlético mostró el camino en la Champions. Siqueira tenía el premio al sufridor. Su espalda fue un felpudo de bienvenida en los momentos en los que el juego del Barcelona arreció. Por eso, quizá nadie se esperaba que antes de la media hora el brasileño apareciera por el área sin invitación para meter un centro que Rakitic convirtió en el mundo al revés con un gol en propia puerta. El fútbol no es justo ni hace falta que lo sea.
En ocasiones los ataques de entrenador son una sentencia de muerte. Luis Enrique creyó que la polivalencia de Sergi Roberto era más apropiada que el oficio de Aleix Vidal -en el banquillo junto al testimonial Douglas- y por la banda derecha el Valencia perforó el butrón. La desventaja no alimentó la reacción del Barcelona. Le dejó descolocado. A pie cambiado. Superior en vistosidad pero desacertado en la definición. El preciosismo no es garantía de victoria ante un equipo bien plantado. El Valencia supo sufrir. Y aquí hay que engordar el haber de Ayestarán. El vasco vivirá un antes y un después de este partido. Los incrédulos ya creen. Y los que pusieron en cuarentena las aptitudes del vasco ya se han subido al carro. El sobrero gana crédito y la propiedad debe tomar nota de que el oficio siempre es mejor que los focos y la amistad. La primera parte terminó de la mejor manera posible. Con gol de Santi Mina al anochecer de la primera parte. El Valencia llegó a bailar al Barcelona. Sin exagerar pero pasó.
La clave del cambio la define una palabra: equipo. El cambio de intensidad de los jugadores es evidente. El bloque se mueve como un banco de peces. A uno y otro lado. Solidario en la ayuda. Generoso con el compañero por el bien del colectivo. Las guerras por cuenta propia son un mal sueño.
La segunda parte comenzó con el sufrimiento como norma. Padecer también es hacer equipo. El Barcelona a lo suyo. Como un reloj de arena. Y el Valencia a anclarse en la retaguardia para salir a la contra. El Camp Nou, alejado de temores ligueros, apretó. El gol cayó por su propio peso. La ley de la gravedad. Messi encontró uno de esos balones que siempre pesca en el área para recortar diferencias. El argentino halló el camino del gol tras cientos de minutos en el limbo. Vuelta a la normalidad. En ese momento Alcácer ya estaba en el campo con Mina en la ducha. Ayestarán no le giró la cara al partido.
El Valencia comenzó otra vez a sufrir. Por exceso. El balón era fugaz en los pies. Las conducciones dejaron de tener fluidez y el Barcelona puso la marcha de la necesidad para mantener su ventaja en la Liga. Un guión previsto. Ayestarán volvió a moverse en el tablero. Sacrificó a un mediocentro para taponar las bandas. Rodrigo para colaborar con Siqueira y Cancelo con Barragán. Una línea de cinco muy definida para achicar. Las balas perdidas eran ya cuestión de Alcácer. El Valencia se agarró a la contra. La única forma respirar ante la asfixia azulgrana. El Barcelona la tuvo. Una, dos y mil veces. Entre Alves, las piernas perdidas y la suerte obraron el milagro. Alcácer tuvo una clara. Erró. Pero más clara fue la de Piqué a dos metros de Alves. La tiró fuera. La madurez acelerada, aquella que ha traído el librillo de Pako Ayestarán vengó la humillación del 7-0 de la Copa del Rey. Y ya puestos también aquel 3-0 de hace ahora treinta años que llevó al Valencia a Segunda División. Los caprichos de abril.
El fútbol es libre. El Valencia pudo cruzar el cuarto de hora del partido desahuciado. Como el día de la eliminatoria de Copa. La diferencia fue Diego Alves y el desacierto. En ese orden. El portero estuvo memorable. Del resto se encargó la falta de puntería azulgrana. El encuentro fue un sinvivir en los primeros minutos. Tiempo de ajustes. Ayestarán hacinó el centro del campo. Con una línea de tres con Parejo como eje y Enzo y Fuego para mantener el equilibrio. Rodrigo, muy junto, ayudó por la derecha, mientras André y Mina intercambiaron posiciones a demanda. El paso de los minutos acorazó esa apuesta. El Barcelona no mató. Y llegó un momento en el que se asustó. Rodrigo tuvo la de todos los días. Un soplo ante el vendaval azulgrana. La tiró fuera. Desde la frontal. Lo que no fue gol significó el primer paso de la fe. El Valencia no se presentó en el Camp Nou ni para sobrevivir ni para alargar agonías. Lo hizo para ganar, aunque no lo pareciera. Con empate, Suárez la tuvo a un palmo de la portería. La tiró fuera. Después, una combinación Bravo-Neymar-Messi transformó a Alves en un titán. El Barcelona sucumbió a su superioridad. Parece una incongruencia pero fue la mayor verdad. Jugó en su contra. Alves se encargó del resto. El Valencia comenzó a cerrar las espaldas de las bandas y a partir de ahí empezó a crecer.
La presión arriba del conjunto de Ayestarán incordiaba al Barcelona. Los de Luis Enrique no están cómodos con tipos pegajosos. El Atlético mostró el camino en la Champions. Siqueira tenía el premio al sufridor. Su espalda fue un felpudo de bienvenida en los momentos en los que el juego del Barcelona arreció. Por eso, quizá nadie se esperaba que antes de la media hora el brasileño apareciera por el área sin invitación para meter un centro que Rakitic convirtió en el mundo al revés con un gol en propia puerta. El fútbol no es justo ni hace falta que lo sea.
En ocasiones los ataques de entrenador son una sentencia de muerte. Luis Enrique creyó que la polivalencia de Sergi Roberto era más apropiada que el oficio de Aleix Vidal -en el banquillo junto al testimonial Douglas- y por la banda derecha el Valencia perforó el butrón. La desventaja no alimentó la reacción del Barcelona. Le dejó descolocado. A pie cambiado. Superior en vistosidad pero desacertado en la definición. El preciosismo no es garantía de victoria ante un equipo bien plantado. El Valencia supo sufrir. Y aquí hay que engordar el haber de Ayestarán. El vasco vivirá un antes y un después de este partido. Los incrédulos ya creen. Y los que pusieron en cuarentena las aptitudes del vasco ya se han subido al carro. El sobrero gana crédito y la propiedad debe tomar nota de que el oficio siempre es mejor que los focos y la amistad. La primera parte terminó de la mejor manera posible. Con gol de Santi Mina al anochecer de la primera parte. El Valencia llegó a bailar al Barcelona. Sin exagerar pero pasó.
La clave del cambio la define una palabra: equipo. El cambio de intensidad de los jugadores es evidente. El bloque se mueve como un banco de peces. A uno y otro lado. Solidario en la ayuda. Generoso con el compañero por el bien del colectivo. Las guerras por cuenta propia son un mal sueño.
La segunda parte comenzó con el sufrimiento como norma. Padecer también es hacer equipo. El Barcelona a lo suyo. Como un reloj de arena. Y el Valencia a anclarse en la retaguardia para salir a la contra. El Camp Nou, alejado de temores ligueros, apretó. El gol cayó por su propio peso. La ley de la gravedad. Messi encontró uno de esos balones que siempre pesca en el área para recortar diferencias. El argentino halló el camino del gol tras cientos de minutos en el limbo. Vuelta a la normalidad. En ese momento Alcácer ya estaba en el campo con Mina en la ducha. Ayestarán no le giró la cara al partido.
El Valencia comenzó otra vez a sufrir. Por exceso. El balón era fugaz en los pies. Las conducciones dejaron de tener fluidez y el Barcelona puso la marcha de la necesidad para mantener su ventaja en la Liga. Un guión previsto. Ayestarán volvió a moverse en el tablero. Sacrificó a un mediocentro para taponar las bandas. Rodrigo para colaborar con Siqueira y Cancelo con Barragán. Una línea de cinco muy definida para achicar. Las balas perdidas eran ya cuestión de Alcácer. El Valencia se agarró a la contra. La única forma respirar ante la asfixia azulgrana. El Barcelona la tuvo. Una, dos y mil veces. Entre Alves, las piernas perdidas y la suerte obraron el milagro. Alcácer tuvo una clara. Erró. Pero más clara fue la de Piqué a dos metros de Alves. La tiró fuera. La madurez acelerada, aquella que ha traído el librillo de Pako Ayestarán vengó la humillación del 7-0 de la Copa del Rey. Y ya puestos también aquel 3-0 de hace ahora treinta años que llevó al Valencia a Segunda División. Los caprichos de abril.